LA EDUCACIÓN EN FINLANDIA
Si un niño quisiera escapar de la escuela, tal vez se preguntaría: ¿Qué tan larga debe ser la escalera que necesito apoyar en ese muro de tres metros que me separa del exterior? Esa interrogante se la hacen todos los finlandeses en algún momento. Y no es porque planeen dejar el lugar donde comparten con sus a
migos desde los 7 años de edad, donde pasan apenas unas cinco horas al día, donde no les dejan tareas para la casa y donde no les cobran por estudiar ni por comer.
No. Ellos se harán esa pregunta –jugando con triángulos y cuadrados de papel de colores– porque un profesor les pedirá imaginar lo inimaginable y, de paso, llegar por ellos mismos a lo que Pitágoras declaró 22 siglos atrás. Calcular la hipotenusa de un triángulo rectángulo es algo que los niños finlandeses, beneficiarios del mejor sistema de educación del mundo, saben hacer y no recitar. Es algo que tuvieron que descubrir y no memorizar.
El mundo entero se ha empeñado en entender el sentido que se le da al aprendizaje en Finlandia desde que la primera prueba Pisa, aplicada en el 2000 por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde), demostró que ese país nórdico, de apenas cinco millones de habitantes, tenía el mejor sistema educativo.
Pisa, el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (sigla en inglés), se aplica actualmente en 65 países para evaluar las competencias de las personas de 15 años en las áreas de lenguaje, matemática y ciencias. El sentido del examen no es medir conocimientos específicos, sino qué tan preparados para la vida adulta están los jóvenes; en otras palabras, cómo aplican lo que han aprendido en las escuelas hasta esa edad.
“Todo el mundo cree que tiene el mejor sistema hasta que decide comparar. Y lo que sucedió con Finlandia fue una sorpresa para ellos también. No sabemos exactamente cuál es la variable que lleva al éxito de un sistema educacional, porque no hay una fórmula mágica, pero el caso finlandés es perfecto para ver que la conjunción de muchas variables únicas puede llevar a algo asombroso”, comenta desde París el analista Pablo Zoido, de Pisa.
El experto de la Ocde, organización que agrupa a las economías más desarrolladas del mundo, destaca en primer lugar que el modelo finlandés es muy inclusivo, pues no existe la selección de estudiantes. Más del 90 por ciento de las escuelas son públicas y dependen de los municipios, de manera que los niños se matriculan –por ley– en la que tienen más cerca de su casa, reflejando también la escasa segregación social del país. Que el hijo de un doctor estudia junto al hijo de un albañil es un leitmotiv educacional.
Otro factor muy propio de Finlandia es que se retrasa el inicio de la escolaridad básica hasta los 7 años. Según los estudios cognitivos realizados a los niños, solo en ese momento del desarrollo de los niños es adecuado comenzar a leer.
“La tendencia mundial es que la escolarización comience cada vez más temprano –dice el especialista de la Ocde–, pero Finlandia ya es un caso real de estudio solo por retrasarla”.
En la educación preescolar, que dura obligatoriamente un año y que se imparte en jardines infantiles o en la casa de educadores certificados, solo se realiza estimulación temprana de la socialización. En Finlandia nadie busca tener niños genios para presumir ante los amigos o para postularlos a un colegio de élite, porque no hay.
“Se respeta mucho el ritmo de cada niño. Para nosotros es muy importante la atención especial de los niños que requieren más ayuda. También tenemos niños hiperquinéticos (hiperactivos) o con déficit de atención, pero no los obligamos a tomar clases separadas", asegura Emilia Ahenjarvi, académica finlandesa.
Tenemos un equipo de apoyo que trabaja con ellos dentro de la misma clase, desde muy temprana edad. Por eso, nunca un niño repetirá el curso, lo que afectaría su autoestima. A lo sumo cursará un último año de escolaridad básica -un décimo año, pues el ciclo dura hasta el noveno- antes de ir a la secundaria”, apunta Emilia Ahvenjärvi, académica finlandesa que visitó Chile a petición de la Embajada de su país.
Necesidad = oportunidad
El modelo finlandés fue reformado a comienzos de los 70, luego de casi una década de debate parlamentario sobre qué tipo de educación se necesitaba. En los años 50, Finlandia estaba diezmada por las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, y su economía básicamente agraria tenía como eje la explotación forestal. Se requerían nuevas competencias y el acuerdo fue dárselas a toda la población, no a los más ricos ni a los mejores.
Hoy, el país no solo figura como uno de los mejor educados, sino que también acumula envidiables índices en felicidad, competitividad e innovación.
Tony Wagner, doctor en educación y profesor residente del Laboratorio de Innovación de Harvard, se sintió atraído hace un par de años por el exitoso sistema y viajó a realizar el premiado documental El fenómeno finlandés. Durante dos semanas visitó escuelas, participó en clases, se entrevistó con autoridades, niños, profesores y padres, y vio sobre el terreno otra de las claves del milagro local: la importancia que se le da al profesor.
Ser maestro en Finlandia es más difícil que convertirse en ingeniero o doctor. Solo uno de cada diez aspirantes a estudiar pedagogía logran ingresar, y quienes quieren ejercer la profesión necesitan como mínimo tener un grado de magíster en educación.Nadie se hace rico siendo profesor, pero las brechas salariales son mínimas en ese país, donde la mitad de los egresados opta por una educación técnica y no profesional.
“Finlandia cambió su educación no a partir de una crisis por los bajos resultados en pruebas internacionales, sino por una necesidad real –destaca Wagner–. Y cuando un país acuerda poner la educación en primer lugar hay que tomar medidas, como cerrar el 80 por ciento de las escuelas de pedagogía y dejarlas solo en las universidades de élite. Así te aseguras de que solo los mejores lleguen a ser profesores y de que, dada su formación intelectual, no requieran de un proceso externo de evaluación”.
En Finlandia, destacan todos, no existe un sistema estatal de evaluación docente. Cada profesor está constantemente investigando y auditando su propio desempeño, sin necesidad de que lo controle una autoridad más allá de su propia comunidad escolar. Además, el currículo nacional de materias es –en palabras del experto de Harvard– “absurdamente” pequeño, y cada escuela tiene libertad para adoptar uno complementario, con énfasis en las artes, la tecnología o las lenguas. La metodología también está abierta a la innovación.